RAÚL GARCÍA | REA nº 14 | Publicado en Diciembre de 2014
Ridley Scott y el primer reparto de «Exodus», su última película, recalaron en Madrid. El legendario director británico se mostró poco o nada positivo al hablar de los Estudios de la Ciudad de la Luz en Alicante, actualmente cerrados y ahogados económicamente tras declarar ilegales el Tribunal General de la Unión Europea las ayudas económicas (valoradas en 265 millones de euros) para la captación de rodajes concedidas por la Generalitat Valenciana. «No se puede usar. Es demencial. Si tienen problemas financieros que alquilen el estudio«, criticaba Scott.
Así han quedado las cosas después de inversiones multimillonarias llevadas a cabo por el PP en Alicante, para construir un estudio de cine en la bancarrota, inviable y que solo trae vergüenza internacional. De los enormes presupuestos entregados en algo más que bolsas de basura al estilo de Enrique Ortíz a los constructores que sacaron tajada con la construcción del sueño tornado en pesadilla, solo queda no un respeto exterior, sino la impresión de que en Alicante la masa de votantes es, cuando menos, incauta, sin terminar de enterarse de los despilfarros a los que se entrega de manera fraudulenta la mayoría de sus electos representantes políticos.
Hay que ser tonto, le ha faltado decir a Scott en la rueda de prensa realizada en Madrid, aunque lo suyo no era entrar en política. Para eso ya tenemos a Pablo Iglesias, que afortunadamente ya deja las cosas más claras en ese sentido, aunque todo coincide con cierta claridad casi meridiana, sobretodo en el discurso de la emigración, cuando las cabezas más despejadas, como recalcó en la traumática entrevista emitida por RTVE 24horas, terminan por emprender la huída y quedarse en el extranjero, como es el caso del director alicantino Artur Balder. A algunos de los así llamados periodistas les molestó el hecho de que Scott decidiese pasar a la siguiente pregunta sin atender sus propuestas, pero ya puede uno imaginarse las pocas ganas de entrar en detalles cuando un país anda tan revuelto: cualquier cosa puede volverse en contra de uno, diga lo que diga, y a veces lo mejor es no decir nada o simplemente dejar que otros lo hagan.
La retahíla de nombres es bien conocida, pero en una ciudad en la que se ha hecho tan poco por proteger lo propio, el resultado no puede ser sino el que se sirve, y no es debido a la mayoría de sus habitantes, sino a la irresponsabilidad de sus votos y a la tendencia casi servil a votar a los dos partidos tradicionales, no solo corruptos, sino además responsables de cuanto ha acontecido hasta ahora. ¿Podremos cambiar las cosas? ¿Alguien se atreverá a destapar ese cubo de basura que es la cadena de favores que se esconde detrás de la gestión del Instituo Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert y su patético director, un político que anda por los despachos del PP como los ratones por las despensas? Pero el pánico cunde silenciosamente porque esto se acaba. Sin embargo, mientras los diputados de cultura salgan de la chistera de unos políticos que solo piensan en dominar el cotarro y repartir prevendas, difícilmente las cosas cambiarán.
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