Juan Gil-Albert: vocación, compromiso y belleza (I)

ANTONIO MORATÓN | REA nº 2 | Publicado en Noviembre de 2013

Juan de Mata Gil Simón quiso ser conocido y firmar sus escritos con los dos apellidos de su padre unidos por un guión: Juan Gil-Albert. ¿Pseudónimo o placer erudito en la elaboración de su yo estético?

 Nace en Alcoy, provincia de Alicante, el 1 de abril de 1904. Pasó su infancia y juventud en Valencia, donde residía su familia, y en la finca veraniega El Salt D’Alcoy, lugar así llamado por el Chorro del Salt, un salto de agua del río Barxell muy conocido en Alcoy debido a su proximidad con la población y la espectacularidad que posee con las abundantes lluvias de primavera u otoño, cuando rebrota. Hijo de burgueses e iniciado pronto en las ramas del Derecho y Filosofía y Letras, aprendió a diferenciar la “paja literaria” y educacional de las obras de calidad literaria que tanto le marcaron: iconos tan importantes en la cultura de nuestra tierra como Gabriel Miró Ferrer, José Martínez Ruiz “Azorín”, o como Luís de Góngora o Valle Inclán proporcionaron alas a la profusa imaginación del autor.

Juan Gil-Albert

Juan Gil-Albert Simón

También recibe influencias en el campo de la poesía de figuras tan consagradas como Pablo Neruda, Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, María Zambrano o Miguel Hernández. Otras figuras como Oscar Wilde, incluso Gide y Nietzsche, formaron parte de sus grandes devociones. No olvidemos la influencia que en la obra que publicaría con 23 años, La fascinación de lo irreal, obra costeada íntegramente por él mismo, tuvo de Oscar Wilde y Gabriel Miró, a los que Gil-Albert no solamente leía impetuosamente, sino que estas lecturas constituirían el nacimiento del verdadero escritor en que se convertiría. Esta obra, La fascinación de lo irreal, fue su primer libro y cosechó muchos éxitos de la crítica especializada de la época. Desde este primer libro hasta Crónicas para el estudio de nuestro tiempo viviría una primera etapa juvenil realizada toda ella en prosa e incluyendo novela, cuento, ensayo y crítica, constituyendo un perfecto bagaje que desembocaría en su obra de madurez posterior; una especie de prehistoria literaria, no por ello menos interesante, para conocer la génesis de su formación estética y literaria y hacer más entendible el inmenso universo que da forma a su obra completa.

Su segunda obra en prosa sería Vibración del estío, dos años después de escribirla se introduciría en el campo de la política de la mano de José Bueno, Juan Miguel Romá y Juan Renau, aunque sería Max Aub Mohrenwitz, escritor hipano-mexicano de padre alemán y madre francesa, republicano por convicción y con origen judío alemán, quien le pondría en contacto con las tendencias innovadoras y vanguardistas del arte y el pensamiento. Durante la Guerra Civil española publicó en 1936 Misteriosa presencia y Candente horror, sus dos primeros libros de poemas, compartiendo una actitud común revolucionaria por coincidir en la misma época y rescatando dos estilos antagónicos pero que confluyen a la hora de entender la poesía: el gongorismo y el surrealismo; gongorismo que se representa en Misteriosa presencia, con temas de amor y júbilo, para llegar hasta el surrealismo de Candente Horror, endecasílabos y versos libres dedicados a temas político-sociales en los que el poeta busca espolear las conciencias sociales haciendo uso del oscuro, cerrado y brillante estilo surrealista. Más adelante Siete romances de guerra en 1937, donde el poeta se convierte en juglar de la guerra, del que el romance era la forma estrófica idónea para cantar los trágicos hechos de la Guerra Civil. Son nombres ignorados, con elegías, himnos y sonetos, apareció en 1938. En esta obra se mostraría ya una clara tendencia hacia el conservadurismo formal del clasicismo romántico, aunque se advierte una actitud todavía exaltada. A partir de aquí se manifestará la definitiva concepción estilística de Gil-Albert, tanto en prosa como en verso, tanto desde el punto de vista métrico como rítmico, para entrar de lleno en el mundo del ensayo.

Juan Gil-Albert pertenecía a ese grupo de intelectuales que empuñaron la pluma en defensa de sus ideas, y como plataforma, se sirvió de las revistas. Cuando Valencia se convierte en capital de la República, la casa de Juan Gil-Albert se convierte en centro de reunión de los intelectuales republicanos. Cofundó una revista en 1936 en Valencia, la revista mensual Hora de España, publicada entre Valencia y Barcelona en plena Guerra Civil; la redacción estaba formada por un grupo de jóvenes escritores y artistas que desde el principio hicieron de redactores: el mismo Juan Gil-Albert, Rafael Dieste, Antonio Barbudo y Ramón Gaya, a la que posteriormente se unió María Zambrano y Arturo Serrano Plaja. Inició su publicación en enero de 1937 en Valencia en defensa de la Cultura y del Pueblo. Gil-Albert participó en la organización del II Congreso Internacional Antifascista, y al terminar la guerra fue internado en un campo de refugiados en Francia. Consiguió exiliarse a México y Argentina, desde 1939 hasta 1947, donde fue secretario de la revista Taller, dirigida por Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura en 1990. En la época del exilio colaboró en prosa y poesía, con Letras de México y El hijo pródigo.

A finales del 1942 viajó a Buenos Aires y colaboró con varios diarios argentinos como el Sur y en la página literaria de La Nación. Allí conoce al escritor argentino Jorge Luís Borges, uno de los eruditos más reconocidos del siglo XX. De su obra poética destaco el poemario Las ilusiones  con los poemas de El convaleciente (1944), escrita en el exilio casi siempre en endecasílabos blancos, por la altura que alcanza en cuanto a valores estéticos, pensamiento y cosmovisión espiritual; se puede decir que hay circunstancias que favorecen la inspiración del genio, y en este caso, su situación personal le llevó a una poesía meditativa y culturalista en la que se imbuye de la luminosidad presocrática, de la celebración casi sacra. Es el poeta cantor del paisaje familiar, de las fuentes, de la vid y el olivo; el poeta anacreóntico y preocupado por la verdad, contemplativo de la decadencia y de la muerte, pero dentro del sentir clásico grecolatino.

Regresó a Valencia en 1947. Tras su regreso a España publicó El existir medita su corriente (1949) y Concertar es amor (1951) y, a partir de ahí, su conciencia creativa y la visión de un mundo inadecuado llamó a sus pensamientos, sumergiéndose en un silencio deliberado, un viaje cósmico a los confines de la tierra, en una especie de Katábasis personal, que pronto se convertiría en la época más fecunda de su vida, en la que desarrollaría la mayor parte de su obra creativa apartado de las corrientes dominantes de la época. «Mi casa era mi mundo, el mundo», llegaría a decir el autor, que permanecía retirado consigo mismo, soliltario, tras el descubrimiento de la hostilidad de ese hórrido escenario, de la situación convulsa que se vivía en la calle. No es de extrañar que el poeta eligiera la presencia de un orbe más armonioso y bello para escapar de esta realidad, este universo sería el mundo grecolatino: la Grecia helénica, el único posible para dar rienda suelta a sus aspiraciones más íntimas, un marco cuya base es la mitología. Grecia es la tierra mítica donde nacieron la filosofía, el arte, la poesía de nuestra cultura; en la poesía gilalbertiana esta presencia se hace explícita cuando utiliza los personajes míticos como vía de expresión temática o al comparar el solar griego con su tierra natal, Alicante, idea restacada, no solo a nivel estilísitico, por Artur Balder en la temática de sus héroes de la tradición clásica, los cuales, como el poeta alcoyano, son figuras clásicas revestidas de una pátina de filosofía existencialista, presocratica, nietzscheana.

Toda la poesía antigua y clásica está basada en los mitos: los grandes poemas épicos de Homero, de Hesíodo, llegando hasta Platón. Muchos de sus poemas rememoran los versos de los grandes líricos griegos, como Píndaro o Teócrito –el poeta griego por excelencia y uno de los más destacados de la literatura universal, uno de los mayores poetas líricos del amor que influyó mucho, por ejemplo, en Bécquer o Machado y, en general, en la poesía del Renacimiento-; aunque también de los latinos, como Horacio o Virgilio. El mundo grecolatino está muy presente en la literatura occidental de todos los tiempos, desconociéndolo resulta prácticamente imposible entender en su plenitud las obras de los grandes escritores de la historia.

He aquí un poema del mismo Juan Gil-Albert, de su obra Las ilusiones, muestra de esa necesidad intelectual que da significado a su vida y a su obra:

“Si mis versos os siguen con admiración
y aspiran a eternizar este recuerdo
del ser a quien amo,
es que mis alas son las palabras,
y sin ellas caigo desvanecido en un torpe sueño”.

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